Seguro que tras conocer el paradero de algún coleccionista de coches antiguos que almacene 24 joyas en su garaje, todo lleva a pensar que el afortunado poseedor será sin duda un millonario. Sin embargo, siempre hay excepciones y casos curiosos en este mundillo. Les contamos el caso del gallego Pepe Couto que a base de tesón, gran olfato para comprar en el lugar y momento adecuado sus vehículos, pero sobre todo a su trayectoria profesional como mecánico, ha conseguido la quimera de atesorar más de una veintena de coches de época en su almacén. Un sueño casi imposible para la mayoría de los aficionados que por cuestiones financieras únicamente el tener un solo modelo ya supone todo un lujo y sacrificio.
Nuestro protagonista, el jubilado Pepe Couto, de 75 años, fue mecánico durante toda la vida en la ciudad de Betanzos (A Coruña). Un sacrificado oficio que empezó a los 14 años y que ya le venía de casta, pues su padre montó en 1927 el primer taller mecánico que se abrió en esta ciudad gallega.
Aunque hoy en día es un más que destacado coleccionista de antiguos, paradójicamente durante sus largos años de labor profesional no pudo dedicar ni un minuto al anhelado hobby de restaurar coches para su propio disfrute: “Cuando estaba en activo sólo tenía tiempo para trabajar muy duro reparando los vehículos de los demás para mantener a mi familia. Entonces no tenía oportunidad, o hueco de tiempo para dedicarle a mi propia afición”, afirma contundentemente recordando aquellos sacrificados tiempos. Por esto que durante su inagotable faena ya suspiraba el tener su propia compilación, por lo que unos años antes de su jubilación incluso apartó una partida de sus ahorros para esta iniciativa. Otro estímulo para comenzar este proyecto en su edad madura era mantener activo su antiguo oficio, reparando coches similares a los que llegaban a su taller de autos entre las décadas de los 40 a 60 del pasado siglo. De este modo durante su jubilación podría revivir y hurgar con la llave inglesa entre los maravillosos motores de aquellos locos y vetustos cacharros.
Cuando por fin llegó su retiro laboral levantó una nave nueva similar a la de un taller mecánico en su terreno de su pueblo de Coirós (A Coruña).
¿Dónde consiguió este emprendedor esta larga lista de vehículos que ahora valen una fortuna? Casualmente, a principios de los años 90 encontró en Sudamérica un buen filón de piezas de colección. Pepe conoció “in situ”, de primera mano, el entonces paraíso de los hierros clásicos gracias a un viaje organizado a la Argentina para visitar la hermandad de los emigrantes gallegos procedentes de la ciudad de Betanzos: “¡Al llegar allí nos desplazamos hasta Uruguay y me quedé impresionado, pues habían auténticas bellezas a precios irrisorios! Eso sí, muy deterioradas, pero imposibles de encontrar en una chatarrería española tanto por su increíble bajo coste, como por ser modelos exclusivos, así como la antigüedad”.
En algunos desguaces de Uruguay existían auténticas joyas que prácticamente se vendían al peso, dándoles en aquel periodo de los años 90 poco valor económico. Pepe comenta cómo: “El problema de aquí en España es que nuestra guerra civil destrozó gran parte del parque automovilístico histórico, bien por las bombas o al ser requisados los vehículos por los soldados de ambos bandos. Sin embargo en países como Argentina o Uruguay se mantuvieron los coches de época durante muchos años, pues incluso había joyas que aún circulaban por las calles, en mi visita de los años 90, para uso diario de sus dueños”.
Una vez ya establecidos los lazos y contactos en esa primera visita, Pepe viajó posteriormente varias veces a nuestro país para llenar en cada ocasión un gran contenedor que albergaba unos tres coches a través de la senda marítima Montevideo-Vigo. “¡Costaba más el transporte del barco que los propios coches en sí! Sin embargo, con el paso del tiempo los sudamericanos fueron despertando y cada vez cobraban más por las chatarras. Además, cada vez era más difícil conseguir modelos interesantes pues ya se los iban llevando otros españoles y coleccionistas latinoamericanos o estadounidenses. ¡Afortunadamente, yo aún cogí una buena época!”, nos explica.
Como es evidente, su oficio de mecánico le permitió ahorrar los innumerables y costosos pagos –sobre todo de la delicada y especializada mano de obra- que lleva consigo el lento y laborioso proceso de restauración. La mayoría de las labores las hizo en las largas horas que un jubilado dispone a lo largo del día. Mientras otros paisanos de su generación pasaban el día paseando o jugando a las cartas, Pepe echaba días enteros restaurando a sus queridos coches y charlando con ellos como si fueran sus cómplices en esta arriesgada aventura de querer devolverles de nuevo el esplendor perdido.
Recuerda cómo algunos de estos autos que le llegaron eran auténticos amasijos de hierros. Pero si la parte mecánica estaba en condiciones, él ya veía posibilidades de revitalizarlos.
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